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Atrapa2

Carlos Lezana

Capítulo 14- Buenas noticias.

Capítulo 14- Buenas noticias. Justo cuando la inconsciencia estaba a punto de apoderarse de Víctor José, se le adelantó el teléfono celular. A Víctor José le costó reaccionar. Sus músculos no obedecían las órdenes de su cerebro. Al décimo tono, cuando ya la mano situada al otro lado de la línea telefónica se disponía a darse por vencida, Víctor apretó el botón verde de su móvil. Se acercó el aparato al oído, pero por más que lo intentó, no logró articular palabra alguna.

-¿Víctor, estás ahí? -preguntó Juan.

El intento de respuesta afirmativa que obtuvo consistió en un desagradable sonido gutural. Juan suspiró decepcionado, consciente de que Víctor había vuelto a romper su promesa de dejar el alcohol.

-Está bien, no voy a decirte otra vez el daño que te estás haciendo -empezó a decir Juan-. Tú verás lo que haces. Yo sólo te llamaba para decirte que he encontrado a tu hija y a su novio Ricardo. Cuando estés en condiciones de hablar y razonar, llámame.

Un pitido intermitente sustituyó a la voz de Juan y Víctor José dejó caer el teléfono al suelo. Había procesado la información de Juan, pero su cerebro era incapaz de dar ninguna orden a su cuerpo.

Capítulo 15- Distorsionado

Capítulo 15- Distorsionado Víctor José se despertó varias horas después. Tras situarse, hizo memoria y recordó haber recibido dos llamadas telefónicas. Estaba confuso, algo no le cuadraba. ¿Acaso había soñado alguna de las dos llamadas?, ¿acaso ninguna era real?, ¿quizás ambas fuesen verdaderas y su hija no estuviese secuestrada como él había pensado recientemente? Porque si Juan hubiese averiguado que su hija estaba secuestrada se lo habría comunicado. En fin, el caso es que le habían citado y debía acudir.

Se duchó con agua fría. Deseaba que el agua gélida limpiase también su conciencia, maltrecha después de haber recaído de forma tan contundente en las garras del alcohol. Cuando hubo estado limpio y con la mente despejada se dispuso a marcharse. Algo le decía que aquella difícil situación que estaba viviendo y que tanto le angustiaba estaba cerca de concluir...

Capítulo 8º- De regreso a casa

Capítulo 8º- De regreso a casa Víctor José llegó por fin a su casa. Durante el trayecto en taxi no podía dejar de mirar la foto que le había dado Lucía. Aquella niña rubia parecía muy feliz jugando con su padre. Víctor José se sintió culpable. "Seguro que ahora esa pobre niña vive amargada por haber tenido a un inútil y desgraciado por padre", se dijo.

Cuando llegó a casa, la sesión autocompasiva del trayecto le había producido una profunda tristeza. Pensó en descorchar una botella mediovacía de whisky que vio en el botellero del salón para ahogar las penas, pero un súbito flechazo de raciocinio le hizo desechar esa idea y ponerse a buscar algo que le diese alguna pista del paradero de su hija. Después de mucho buscar sin siquiera saber qué, llegó a la conclusión de que tenía que tomar un rumbo de búsqueda más radical, así que se dispuso a rebuscar en su cubo de la basura. Allí encontró varios pedazos de papeles que parecían tener algo en común: la tinta usada y la letra del autor (o autora) eran iguales. Volcó el cubo entero en el suelo y agrupó los papelitos.

Tras una sesión componiendo el puzzle, descubrió el mensaje que ya antes había leido y descuartizado:

"Papá, ya no puedo soportar más esta situación. Desde la muerte de mamá nuestra vida familiar se ha ido descomponiendo a pasos agigantados. He tratado inútilmente de luchar por restablecer la normalidad, pero me he dado cuenta de que tú has tirado la toalla y de que no puedo hacer otra cosa que vivir mi vida al margen de ti. Siento mucho que las cosas se hayan dado así, pero he decidido irme a vivir con Ricardo. Por favor, no intentes buscarme.
Andrea".
(Continuará)

Capítulo 6º- La Fotografía

Capítulo 6º- La Fotografía Víctor José ya no sabía qué creer. Se sentía como en ese tipo de situaciones en que uno no sabe si su interlocutor le habla en serio o en broma y no puede más que tratar de descubrirlo analizando minuciosamente sus gestos, buscando un detalle que le saque de dudas. Pero los ojos de Lucía eran como un libro abierto. Aquella señorita no estaba mintiendo ni gastándole una broma. Él deseaba con todas sus fuerzas que así fuese.
Víctor José agachó la cabeza apesadumbrado. Se sentía sucio, asqueroso. No entendía cómo ni siquiera recordaba la cara de su mujer. ¿Y cómo era posible que hubiera perdido la esperanza de vivir? Porque si no ¿cómo explicar que acudiese todos los días a ese antro a beber descontroladamente? Al menos le tranquilizó saber que en ese local sólo consumía alcohol...
El caso es que las últimas palabras de Lucía habían acabado por descolocarle. ¿Qué querría decir con ese tema de buscar a una niña? ¿Acaso era padre y tampoco lo recordaba? Se sintió aún más sucio. ¿Qué clase de padre olvida que lo es?
De pronto un pitido comenzó a sonar en su oído. Lucía, el camarero, la barra, todo comenzó a inclinarse. Sintió que todo le daba vueltas, como si estuviera embriagado.
La siguiente imagen que contemplaron sus ojos fue la de una señorita zarandeándole el cuerpo y golpeándole la cara. Víctor José yacía bocarriba sobre el suelo.
-¿Dónde estoy? -preguntó.
-Tranquilo Víctor. Sólo ha sido un desmayo -le tranquilizó Lucía.
Al cabo de unos minutos y una Coca Cola con limón, Víctor José se sintió con fuerzas para afrontar la respuesta a la pregunta que tanto miedo le había dado formular.
-¿Quién es la niña que estoy buscando? -acertó por fin a preguntar.
Lucía rebuscó en su bolso hasta que encontró su cartera. De ella extrajo una foto y se la dio a Víctor José mientras le decía:
-Tú me la diste.
En la foto se veía a un hombre jugando con su hija.
(CONTINUARÁ)

Capítulo 4º- Afrodita

Capítulo 4º- Afrodita -Víctor, me estás asustando -dijo preocupada la señorita-. Ayer te olvidaste aquí el coche y hoy te presentas con una pinta horrible, hablándome como si no me conocieras y preguntándome si sé qué hiciste ayer.

Víctor José no daba crédito a lo que oía. ¿De qué le conocía aquella señorita?, ¿acaso fue anteriormente un cliente asiduo de semejante establecimiento? Por un momento pensó que prefería no conocer la respuesta de esas preguntas, sobre todo de la segunda. Sin embargo la curiosidad mató al gato, y si bien a éste aún le restaban seis vidas, decidió jugárselas a una carta y preguntar sin mayor dilación:

-¿De qué me conoce usted?
-Mira Víctor -respondió la mujer-, no sé a qué estás jugando, pero no tengo tiempo para estas tonterias.

Retomó su labor de perfeccionamiento de uñas e hizo como si Víctor José no estuviera a un metro de distancia sin comprender lo que sucedía.

-Escucha -insistió Víctor José-, te juro que esto no es ninguna broma. Hoy me he despertado tal y como me ves, y no tengo la más remota idea de nada. Sé que me llamo Víctor José porque lo he visto en mi carnet de identidad. No recuerdo el más mínimo detalle de mi vida anterior.

Lucía, que así se llamaba la dama, se quedó momentáneamente paralizada hasta que levantó pausadamente la vista. La cara de Víctor José hablaba sola.
-Me estás hablando en serio, ¿verdad? -perguntó Lucía.
Víctor José asintió apesadumbrado. Lucía dejó la lima sobre la mesa, se levantó, cogió a Víctor José por el brazo y le dijo: "Ven, vamos a tomar una copa".

Se dirigieron al lugar donde el camarero continuaba secando copas.
Roberto -dijo Lucía en tono serio-, ponnos dos whiskies, y que invite la casa.
Roberto lanzó a Lucía una mirada de desaprobación a la que ésta respondió con otra de firmeza y seriedad. Roberto preparó las copas con desgana y afinando el oído.
-Soy cliente habitual de este local, ¿verdad? -preguntó Víctor José con la típica tristeza y resignación de toda pregunta que se hace conociendo la respuesta que no se desea oir.

Lucía hizo una mueca con la boca. Era consciente de la dimensión de lo que sucedía. No deseaba hacer sufrir a Víctor José, pero si quería ayudarle tendría que decirle la verdad.
(CONTINUARÁ)

Capítulo 3º- Reconstrucción de los hechos

Capítulo 3º- Reconstrucción de los hechos Victor José se alegró de no haber olvidado las llaves de su coche en casa. Las había encontrado tiradas en el suelo, cerca de la puerta de entrada de su apartamento. En ellas vio escrita la palabra Ford, pero ni siquiera recordaba poseer un coche.

-En fin -se dijo-, a ver qué coche tengo...
Paró un taxi en mitad de la calle. El taxista, sin siquiera mirarle, le preguntó con desgana:
-¿A dónde vamos?
-A la calle Primo de Rivera. Busco el establecimiento Afrodita.

Al oir eso, el taxista levantó la mirada hacia el retrovisor y encontró la triste y pobre mirada de Victor José, pero prefirió fijarse en su labio partido, su desaliñe y su apariencia de haber resucitado recientemente.
-Si es que siempre me tocan los más raros -masculló el taxista mientras volteaba con la lengua el palillo que llevaba en el lateral de su boca.

-¿Conoce ese local? -se interesó Victor José.
-Sé donde está.

Victor José se percató de que el taxista no estaba de buen humor y decidió dedicarse a ver pasar el mundo a través de la ventanilla. Apoyó su cabeza en el cristal y en el respaldo. Le relajaba notar el rebote de su cabeza contra el cristal. Aquella película a cámara rápida contribuía al estado de relajación que le embriagaba.
Victor José se despertó sobresaltado por un gruñido.

-¡Son doce euros! -le gritó el taxista.

Le costó reconocer aquel rostro embrutecido. Se incorporó mientras miraba a través de la ventanilla tratando de reconocer aquella localización. Sacó su cartera y pagó al taxista.

Las luces de neón con las que estaba escrita la palabra "Afrodita" le revelaron la naturaleza de aquel local. Miró al otro lado de la calle y vio varios coches apracados. Sacó la llave del suyo y apretó el botón de apertura. "Bip, bip". Unos destellos fugaces de los intermitentes acompañaron el doble pitido que delataba cuál era su coche.
"Bip". Victor José cerró nuevamente el coche y se dirigió decididamente a averiguar qué le había pasado.

En cuanto cruzó la puerta el día se convirtió en noche. La oscuridad era tal que sus ojos tardaron varios segundos en acostumbrarse a tan baja iluminación. Pudo ver claramente una barra (pues ahí la iluminación estaba un poco más alta) y, tras ella, un corpulento camarero. Se dirigió hacia él.

-Hola -el camarero respondió con un movimiento de cabeza-, deseo hablar con la chica que antes me contestó al teléfono.
Sin soltar el vaso que estaba secando con un trapo el camarero señaló hacia una señorita que se arreglaba las uñas sentada tras una mesa. Victor José se dirigió lentamente hacia allí.

-Hola -dijo.
La señorita levantó su cabeza y sonrió efusivamente mostrando el chicle que atrapaban sus dientes mientras decía un agudo "¡hola!". Aunque su sonrisa pronto se tornó en una desagradable mueca en cuanto examinó el aspecto de Victor José.
-Soy el que ha llamado antes- explicó Victor José.
-Ya lo sé -respondió la señorita-. ¿Qué te ha pasado?
-Por eso estoy aquí. Quiero saber qué hice aquí ayer.
La señorita le miró con cara de incredulidad.
-¿Me está tomando el pelo?- pensó para sí.

(CONTINUARÁ...)

Capítulo 1º- Sin sentido

Capítulo 1º- Sin sentido Aquel día era domingo. Una de ésas tristes y grises tardes de resaca dominguera. Victor José yacía bocabajo en el suelo de su habitación. Cuando despertó, notó que su mejilla sentía frío. El típico frescor que siente la piel cuando está húmeda. Al despegar la cabeza del suelo, advirtió que un hilo viscoso se extendía desde su cara hasta el charco de vómito sobre el que había descansado su cabeza la noche anterior. Las arcadas que le produjo ese olor y esa sensación le obligaron a levantarse de un salto y salir corriendo hacia el baño. Pero la falta de reflejos propia de su estado le llevó a afirmar el pie sobre el mismo charco que le había servido de almohada. Victor José voló por los aires y fue a estrellarse de cabeza contra el armario.

Cuando recobró el conocimiento, Victor José trató de recordar lo sucedido. Todo le daba vueltas. No comprendía cómo había llegado a aquella situación. Ni siquiera era capaz de decir qué había hecho la noche anterior. La cabeza le dolía mucho. Se tocó la frente y notó un bulto. Miró su cuerpo. ¿Por qué estaba vestido?, ¿por qué tenía un chichón en la frente?, ¿por qué había un charco de vómito difuminado a un metro de donde él se encontraba? y ¿era suya la sangre que manchaba sus manos y su jersey?Tanta confusión le desbordaba. Tenía demasiadas preguntas sin respuesta y, lo que es aún más inquietante, no había nadie que pudiera responderlas.

Se incorporó. Le dolía todo el cuerpo. Arrastrando los pies y semiencorvado se dirigió al cuarto de baño. Abrió el grifo y comenzó a lavarse las manos. El agua dejó de ser incolora de forma inmediata. El rojo inundaba el lavabo. Victor José se quedó inmóvil ante aquella estampa. Alzó la vista y sus ojos se cruzaron con los de un desconocido que le miraba atónito. Aquel rostro le resultaba ajeno, pero era su reflejo en el espejo. Le costó reconocerse, y deseó no haberse reconocido, pues ahora veía que la sangre también había corrido por su barbilla proveniente de su boca. Sumergió su cara bajo el chorro incoloro y se enjuagó la boca intensamente hasta que el agua volvió a ser insípida. Levantó despacio su cabeza para contemplar nuevamente su rostro. El agua corría por su cara. Se miró en el espejo. Ahora parecía tener mejor aspecto. Abrió la boca y se horrorizó al comprobar que le faltaban un incisivo y un colmillo... (CONTINUARÁ)